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08.02.23 - 09.04.23 Centro Fernán Gómez, Pza. Colón. Madrid. La Fabrica 

Nos dice la nota de los comisarios Pedro Feduchi y Pedro Reula que la exposición se articula en torno a dos acontecimientos: la creación en 1958 de la SEDI (Sociedad de Estudios para el Diseño Industrial) y el Pabellón de España de la Feria Mundial de Nueva York de 1964. Dicho eje se prolonga a la época previa de tentativas y al intento de consolidación comercial posterior a la feria, pero todo él transita por esa idea que reúne los conceptos de integración de las artes, artes aplicadas y la inclusión del diseño industrial como extensión de la actividad artesanal.

Solamente atendiendo a las fechas, podemos darnos cuenta del enorme retraso con que los diseñadores, artistas y arquitectos españoles trataron de sacudirse la tradición introduciendo de tapadillo la vanguardia que ya en esos momentos se denominaba “vanguardia histórica”, por cuanto ya se estudiaba en las escuelas de artes y en las facultades de Europa y América y tenía de vanguardia solo el nombre. El caso de uno los pioneros, Luis Martínez-Feduchi, del que la exposición muestra algunas de sus piezas, puede servir para comprender el cambio estético que va del edificio Carrión (o Capitol) de 1933 (diseñado junto a Vicente Eced) al hotel Castellana Hilton (1953). El primero es un emblema del funcionalismo aerodinámico y del art decó que había surgido en ciudades como Nueva York (Flatiron Building de D.H. Burnham) o Berlín (Berliner Tageblatt de E. Mendelsohn) mientras que el segundo declara ya las premisas historicistas y neoimperialistas del régimen franquista, del que no pudieron salir hasta bien entrados los años sesenta. El mismo Martínez-Feduchi desarrolló su evidente interés por el movimiento moderno en el diseño de mobiliario y en la decoración, donde la moral autárquica no llegaba con tanta contundencia.

Con el eje vertebrador en la SEDI, fomentada primero por Feduchi y después por Javier Carvajal, la exposición muestra, a mi juicio, dos ámbitos distintos si no antagónicos: el mobiliario moderno diseñado para su reproductibilidad industrial, y la cerámica de carácter artístico y exclusivo. Hay un contraste evidente entre el primero, con los diseños de sillas, mesas, lámparas o butacas que se alejan del historicismo imperante para situarse en la órbita del diseño funcional, depurado y reproducible en la órbita de Aalto, del Estilo Internacional o de la Bauhaus, y el segundo, con piezas de cerámica de artistas y artesanos como Arcadio Blasco, José Luis Sánchez o Luis Feito, en las que los ecos de Picasso y Miró y su interés por lo ancestral se hace patente en los motivos de los peces bíblicos, en las figuras griegas de las ánforas áticas, en las constelaciones o en la geometría de los vasos íberos.

Ambas vertientes son divergentes, por un lado, el racionalismo y la fe en la tecnología incipiente, y por otro las pulsiones subconscientes, el animismo y lo onírico. Dos ámbitos casi opuestos que pueden describir por sí solos la historia creativa del siglo XX. Declaran, expuestas en un mismo espacio, no obstante, los deseos de cambio de los artistas y arquitectos españoles en un momento en que las costuras del franquismo comenzaron a abrirse, al menos para salir de la autarquía y entrar en la tecnocracia, para salir de la política del racionamiento y entrar de lleno en el nuevo capitalismo.   

                                             

Publicado en Noticias
Lunes, 06 Febrero 2023 17:43

Desmitificar a Gaudí

 https://www.centrocentro.org/exposicion/gaudi

Exposición Centro-Centro
14.10.2022 - 26.02.2023
Lunes - domingo, 10:00 - 20:00 h
Planta 1 
gaudimadrid.com

La exposición dedicada a Gaudí en Centro-Centro en Madrid trata de despojar al icono en que se ha convertido su figura a día de hoy de sus atributos más perniciosos: su fama mainstream. Es un alivio que en este caso no tengamos otra “experiencia inmersiva” más al modo en que se ha puesto de moda últimamente, con producciones como las de Goya, Klimt o Tutankamon, para lo que Gaudí hubiera sido (y es) un objetivo suculento.

En ese sentido, la exposición es clásica, un recorrido por sus etapas profesionales mostrando maquetas, planos y objetos (mobiliario, cerrajerías, chimeneas, azulejos) además de fotografías como las de la única exposición que se dedicó al arquitecto en vida de éste, la del Gran Palais de París de 1910. Ya en 2021, la exposición de MNAC, (Re)conocer Gaudí. Fuego y cenizas, fue un deliberado intento de “mostrar la otra cara de Gaudí y despojarlo de la imagen de icono turístico, comercial y digerible en que se ha convertido”. Esta exposición en Madrid es, a menor escala, un intento similar.

Su comisaria, Charo Sanjuán, explica que para llevar a cabo el ideario modernista, basado en la imitación de la Naturaleza, y trasladarlo a la arquitectura, se necesitaban unos conocimientos que solo un arquitecto con grandes capacidades técnicas podía conseguir y Gaudí no dejó de estudiar, investigar y desarrollar innovaciones técnicas para logarlo.

Antoni Gaudí no fue un artista visionario. Vivió en una época convulsa, en un lugar donde las luchas sociales estallaron como un polvorín; de una parte la burguesía y la Iglesia; de otra, los movimientos obreros y el anarquismo, que optó por la violencia en atentados como los del Liceo o los de la Semana Trágica. Gaudí siempre formó parte consciente (y militante) de la primera, y empleó su oficio a favor de su clase social. Nada más alejado de la idealización posmoderna del artista atormentado o de su imagen edulcorada que casi siempre se nos ofrece en los medios o en el mensaje turístico. Al igual que el resto de modernistas europeos (Victor Horta, Van de Velde u Otto Wagner) su obra es la aspiración de una clase social que quiere mantener su preeminencia frente a lo que observan como caos y ruina. Las formas alcanzarán una belleza extraordinaria, máxima elegancia, se depurará la antigua estética pompier hasta encontrar la pura esencia para hacer desaparecer todo vestigio aristocrático y se acude a la Naturaleza como la verdad eterna, inspiradora de todo lo que el hombre haya de emprender. Con esa brújula, el modernismo proclama las fuentes de su nueva sociedad, la sociedad burguesa o con mayor rigor, la sociedad dirigida por la alta burguesía. Pero la Gran Guerra, primero y la Segunda, después asolarán todo este mundo (el mundo de ayer, que diría Stefan Zweig) dando paso a los movimientos vanguardistas que “democratizarán” de diversas maneras la arquitectura de masas.

Pero en aquel mundo de ayer, todavía Gaudí, más aún que en otros modernistas, la convicción (la fe) en el nuevo arte (Art-Nouveau), había de abarcarlo todo, no sólo la mera decoración sino toda la arquitectura, los edificios de viviendas, los templos religiosos, los parques y el urbanismo. Fue el más militante de sus correligionarios.

Y para esa ingente tarea había que prepararse. Gaudí desde el inicio comprende la labor de construir, comprende las necesidades estructurales que demanda el nuevo arte y desarrolla sus funiculares, sus pilares en ángulo, comprende todo el proceso constructivo, las necesidades técnicas y los materiales, a los que se dedica con particular empeño. Y nunca escapa de la realidad, de su entorno, encontrando soluciones y materiales que fueran viables para los constructores y para los fabricantes, manteniendo un criterio de racionalidad admirable. Leemos en la exposición:

«Para que un objeto sea altamente bello es necesario que su forma no tenga nada superfluo, sino que las condiciones materiales lo hagan útil: hay que tener en cuenta el material disponible y los usos que debe prestar.

 

«Cuando el edificio tiene simplemente lo que necesita con los medios disponibles, tiene carácter, tiene dignidad, que es lo mismo.»

 

 

 

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